«Cambiaron la cerradura, pero tiré la puerta abajo y puse otra». Omar Scuro reaccionó así cuando a finales del 2008 la Justicia le embargó su vivienda en el barrio del Agra del Orzán de A Coruña. Hacía ya meses que no pagaba la hipoteca que había suscrito para comprarla y, pese a contar con el favor de la jueza en la sala («se puso de mi lado al ver que los abogados del banco querían decir que el piso era de una persona cuando era incierto», asegura), la sentencia fue clara: tenía que abandonar la casa. Tenía que hacerlo, pero no lo iba a hacer. Lo dijo ante su señoría: «En cuando salga de aquí, vuelvo a ella».
Cumplió. Atrás quedaba una vida normalizada previa a la actual, de trabajo fijo y proyecto de futuro, con la complicidad del sistema financiero. Ahora se define como un hombre «que no tiene papeles». «El piso lo compré por una de esas inmobiliarias que había antes por todas partes, esas que ya te negociaban el crédito y hacían todo», recuerda como quien habla de una era muy lejana.
Desde luego hoy resultaría imposible conseguir algo así. Los datos que ofrece hablan por sí solos. Omar ganaba un salario de 900 euros.
El piso, un cuarto sin ascensor, costaba 90.000 euros. Le prestaron 120.000 «para el papeleo y los muebles». ¿Y las garantías? «No me pidieron aval. El jefe me hizo una nómina falsa en la que, en vez de decir que ganaba 900 euros, ponía 1.100. En la inmobiliaria me dijeron que lo hiciese así». Todo ese dinero lo tenía que pagar a 40 años. «Además de la hipoteca, me dieron tarjetas de débito y crédito y me ofrecieron un préstamo más», añade. La entidad era Caja Madrid, lo que luego se transformó en Bankia. (LEER TODO)
No hay comentarios:
Publicar un comentario